Columna de Opinión
El impacto de los sismos en las personas y en la sociedad


Muchas veces lo hemos escuchado, y yo lo he repetido: Chile es un laboratorio sísmico natural. Así es, efectivamente.

Los terremotos chilenos de gran magnitud están en la cima de la montaña de datos y son materia de análisis en todos los países expuestos a estos eventos naturales. Son la expresión de un “parto de la madre tierra”, como también lo son las erupciones volcánicas, los aludes de nieve, los huracanes y tornados, los desbordes de ríos y tantos otros fenómenos o eventos naturales que pueden causar daños significativos, pero no porque la naturaleza sea perversa, sino porque los seres humanos, con nuestras conductas y obras, interferimos con ella.

Empleo deliberadamente las palabras “evento” y “parto”, porque no son en sí mismo desastres naturales, como se suele escuchar. El desastre es la conjunción del evento con la acción equivocada del ser humano, de estar donde no hay que estar o de hacer lo que no hay que hacer. Tal es el caso de quienes hayan sufrido pérdidas materiales o humanas como consecuencia de un terremoto o de un aluvión de lodo.

Los partos de la tierra, cuando los observamos, son de una belleza excepcional. Así debe haber sido el nacimiento de Isla de Pascua, Hawaii, Krakatoa y de tantos otros lugares del mundo de belleza sobrecogedora, como lo hemos visto en el cine. Estos eventos no pueden calificarse como desastres, porque no había seres humanos que hayan podido interferir en su nacimiento.

Se puede afirmar, objetivamente, que un habitante de nuestro país siente mucho menos temor que un visitante cuando vive la experiencia de un temblor fuerte o de un terremoto. El habitante tiene conciencia de que las pérdidas materiales y de vidas humanas debidas a sismos son considerablemente inferiores a las de otros países. El visitante, en cambio, podría ser víctima de una crisis de pánico, como consecuencia de un evento desconocido para él.

Para entender los efectos de un terremoto en las personas y en la sociedad, me remonto al terremoto de Haití, el 12 de enero de 2010, en el que fallecieron 250.000 personas y más de un millón de habitantes quedaron sin hogar. Este terremoto, uno de los más destructivos que registra la historia sísmica mundial, afectó también a dos familias chilenas, pues la señora María Teresa Dowling y la señorita Andrea Loi fallecieron trágicamente, provocando una conmoción nacional que trascendió ampliamente en el país, mucho más allá del entorno familiar y de amistades.

María Teresa Dowling se encontraba en el Hotel Montana acompañando a su marido, el general Ricardo Toro, que en esos años era el Segundo Comandante en Jefe de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah). Andrea Loi, por su parte, era abogada, funcionaria internacional, de larga carrera en el exterior, con varios años en Haití. Su sede laboral se encontraba en el cuartel general de Minustah. Ambos edificios quedaron completamente destruidos tras el sismo; con horas de diferencia fueron rescatadas sin vida, entre los escombros de los respectivos recintos, cuatro días más tarde.

Al analizar este sismo se observa que los parámetros que habitualmente se emplean para fines profesionales o académicos, no dan las respuestas que espera la sociedad y surgen otras preguntas, como las siguientes:

¿Cómo fue observado el fenómeno telúrico desde el punto de vista de los familiares de las víctimas fatales o rescatadas en medio de los escombros, después de muchas horas o incluso días de ardua búsqueda?

¿Cuál será el argumento que se esgrimirá si en alguna ocasión se comprueban deficiencias evidentes de diseño o de ejecución de las obras que colapsaron?

¿Es posible que un hotel de primer nivel y un edificio donde se instala una sede de Naciones Unidas no efectúe una revisión de la seguridad de la estructura antes de autorizar su ocupación?

¿Basta con dar el pésame a las familias de las víctimas, pagar traslados y gastos asociados para que la deuda social quede saldada?

Eso es lo que origina que un evento natural se transforme en desastre y en tragedia. No caben excusas para aceptar negligencia o error.

No obstante lo señalado, con respecto a la actitud de un habitante de Chile, familiarizado con los temblores y terremotos, es indispensable sacar lecciones que generen protocolos de control, tales de evitar desastres debidos a la ignorancia, incultura o privilegio de argumentos económicos por sobre los de seguridad. Debemos combatir, hasta desterrar, la idea de que el cálculo estructural y el diseño antisísmico, junto a la revisión de proyectos, son “lujos asiáticos”, muy caros y que se realizan sólo porque así lo exige la ley.

No quiero remitirme a explicaciones repetidas, aunque correctas; me interesa estimular la acción, que va más allá de los aspectos técnicos para tocar las campanas de alerta que permitan tomar precauciones respecto de un evento futuro, que vendrá y que no será ni el último ni el más severo. Tendremos la visita de muchos nuevos sismos, medianos y grandes, de tanto en tanto, incluso, mucho más temprano que tarde, cuando la herida que nos dejó aquel último no esté aun completamente cerrada.

En el país ocurre un sismo de Magnitud Richter superior a 7.5 cada 6.5 años, en promedio, con un maremoto vez por media, razón suficiente para entender que el sismo de diseño, siendo de naturaleza probabilística, se puede estimar razonablemente con pronósticos, no con predicciones. Es decir, debe apoyarse sobre bases estadísticas confiables.

El éxito de la ingeniería antisísmica debe extenderse más allá de los buenos resultados que se miden con la vara tecnológica y no remitirse, exclusivamente, a consideraciones técnicas. Es necesario medir, con igual o mayor énfasis, el impacto en las personas y en la sociedad.

Las lecciones de un sismo severo conducen, casi siempre, a la actualización de las disposiciones normativas, pero eso es insuficiente, porque si no se logra una rápida reposición de los servicios estratégicos, y si no se disponen los recursos económicos para la recuperación de las viviendas dañadas, el éxito de la filosofía del diseño sísmico queda en entredicho.

Tomás Guendelman Bedrack
Ex presidente del Instituto de Ingenieros de Chile
Premio Nacional, Colegio de Ingenieros de Chile A.G. 2015




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Tomás Guendelman Bedrack
Ex presidente del Instituto de Ingenieros de Chile
Premio Nacional, Colegio de Ingenieros de Chile A.G. 2015

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